La operativa en los mercados financieros supone tomar decisiones sin tener la certeza de cuál va a ser la evolución del precio de los activos, por lo que implica asumir un riesgo que llamamos de precio o de mercado. Las operaciones a plazo o productos derivados constituyen una importante herramienta para la gestión de este riesgo, ya que permiten fijar a fecha de hoy el precio al que se va realizar una transacción económica en una fecha futura.
Esta operativa ha sido ampliamente utilizada desde hace siglos, cuando agricultores y comerciantes, interesados en garantizar el precio al que iban a poder vender o comprar una determinada cosecha, fijaban con antelación suficiente las condiciones del intercambio. Así, durante años se han venido negociando operaciones a plazo o "forward" sobre productos agrícolas, materias primas, metales preciosos y mercaderías diversas.
Sin embargo, la dificultad que podía suponer encontrar una contrapartida así como el riesgo de que ésta incumpliese las obligaciones contraídas, supuso que la negociación directa entre las partes fuese evolucionando hacia el entorno de los mercados organizados.
Este nuevo esquema cuenta con un marco de negociación y registro de las operaciones en el que se facilitan unos contratos normalizados. Así, la existencia de un punto de encuentro entre compradores y vendedores supone una importante disminución del riesgo de liquidez.
Una característica fundamental de los mercados organizados es la existencia de una cámara de contrapartida que se interpone entre comprador y vendedor en cada transacción económica. De este modo, no existe una relación directa entre ambas partes sino que éstas adquieren una serie de derechos y obligaciones frente a una cámara que asegura el buen fin de todas y cada una de las operaciones (en caso de incumplimiento de alguna de las partes, la cámara va a asumir las obligaciones contraídas):
La década de los años setenta del pasado siglo supone el despegue definitivo del proceso de creación de mercados organizados de productos derivados sobre activos financieros.
Efectivamente, con la declaración de la no convertibilidad del dólar, variables como el tipo de interés y el tipo de cambio (que hasta entonces habían permanecido relativamente estables) empiezan a estar sometidas a una fuerte volatilidad. La necesidad de contar con una herramienta para gestionar estos riesgos llevó a los principales mercados de productos derivados en Estados Unidos (Chicago Mercantil Exchange y Chicago Board of Trade) a diseñar los primeros contratos de futuros sobre estas variables.
El sistema financiero español cuenta con un mercado de productos financieros derivados desde 1989.
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